Argentina
20 /02 / 2020

En Argentina, proyectan nuevas ciudades con arquitectura sostenible

Las poblaciones más vulnerables son y serán las más afectadas por el cambio climático, que acentúa las desigualdades entre países ricos y pobres.

 
En Buenos Aires, Argentina, a decenas de miles de kilómetros de distancia de los lugares en donde se llevan a cabo las cumbres internacionales para discutir qué acciones se tomarán para resolver el problema del cambio climático, un grupo de jóvenes arquitectos ya plantea nuevas formas de habitar la Tierra en el futuro cercano.
 
Martín Huberman, curador de Argigram, una muestra donde se proyectaron ciudades experimentales para el período 2050-2100, cree que los cambios en la manera de construir ya están sucediendo, por ejemplo, a partir de la preferencia de materiales locales: “Y deberían incrementarse”, subraya. En esto último coincide con el informe especial del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), donde se llama a actuar con carácter urgente para priorizar “iniciativas oportunas, ambiciosas y coordinadas que permitan abordar cambios perdurables en los océanos y la criosfera”.
 
El informe advierte que el calentamiento global ya es de 1 °C con respecto a los niveles preindustriales a causa de las emisiones de gases de efecto invernadero, con graves consecuencias para los ecosistemas y las personas. Además, apunta que “la fusión de los glaciares y los mantos de hielo provoca la subida del nivel del mar, y los fenómenos extremos costeros son cada vez más violentos”.
 
Aunque el objetivo principal de Argigram no es hablar sobre cambio climático, sino sobre el futuro, “está claro que como parte de una sociedad global debemos abarcar esos temas”, explica el curador. Las conversaciones sobre cambio climático “pueden ser un buen ejercicio para entender qué debería ser el futuro para nosotros, los arquitectos contemporáneos”.
 
“Las metas que se imponen –dice Huberman– están pautadas por países desarrollados que emiten grandes caudales de dióxido de carbono. En Argentina, las realidades son otras, y es difícil pensar que debemos acatar soluciones foráneas para problemas locales”.
 
Huberman, que lleva años dedicado al diseño experimental en su galería Monoambiente, pone como ejemplo a Nueva York (en Estados Unidos), donde buscan suprimir futuras inundaciones levantando el borde costero. “Nuestros países, los subdesarrollados, serán los primeros en recibir los embates del cambio climático ya que  contamos con menos recursos, menos herramientas y finalmente menos capacidad de resilencia”.
 
Un reciente informe revisado por profesores de la Universidad de Stanford coincide con esta apreciación. Las poblaciones más vulnerables son y serán las más afectadas por el cambio climático, que acentúa las desigualdades entre países ricos y pobres.
 
Buenos Aires a través de los siglos
 
Huberman, que también es fundador del estudio de arquitectura y diseño Normal, asegura que Argigram intenta dar voz a los arquitectos argentinos y sudamericanos en la discusión sobre el futuro de sus propias ciudades.
 
A fines del siglo XIX y principios del XX, la alta sociedad de Buenos Aires vivía en suntuosos palacios. Muchos de ellos, como la Residencia Bosch-Alvear, fueron proyectados por arquitectos franceses con mármoles, herrerías, luminarias, telas, alfombras y muebles traídos en barco desde Europa.
 
Esta preferencia por lo importado se mantuvo hasta la década de 1990, cuando se veía como un plus construir con materiales provenientes desde distintas partes del mundo. Ahora, más allá de las inconveniencias que plantea la fuerte devaluación del peso argentino, también pesa la conciencia sobre el cuidado del medioambiente.
 
“Hoy necesitamos que los materiales sean locales, con una huella de carbono mínima. También tenemos que tener en cuenta su vida útil a largo plazo y por ende su descarte futuro. Se empieza a entender que comprar una silla en China ya no es sustentable: me puede resultar más económica, pero al mismo tiempo me hace cómplice de un sistema ultracontaminante del que no quiero participar”, dice el arquitecto.
 
Tanto él como otros arquitectos de su generación prefieren productos y materiales donde la cadena de valor está muy ligada a un ética responsable y global.
 
Naturaleza versus artificio
 
“La idea de despegarse del suelo para asumir otras maneras de habitar, como propone BAAG (otro de los estudios participantes en Argigram) es una idea clásica, sustentada en el concepto natural versus artificial. Creo que esa oposición entre naturaleza y artificio es lo que nos ha llevado a la situación actual: considerar a los edificios como entidades autónomas de su entorno es un escenario de conflicto”, apunta Huberman.
 
Para él, la primera premisa es muy simple: una ciudad que entiende su suelo no tiene por qué dejarlo, “porque así se perdería la planta baja, que es la calle, nuestro lugar a nivel urbano”. En ese sentido, Camalotopía, del estudio Sustantivo Colectivo, anuncia lo contrario: cuando la cota de inundación llegue a los 2 metros, la ciudad quedará debajo del agua.
 
También presente en Argigram, Ana Rascovsky, fundadora de Estudio Planta, cree que el anegamiento de las ciudades es inminente. “La planta baja sufrirá una total transformación, y a partir de allí se dará un gran cambio en los accesos, el transporte y las relaciones entre las personas,” asegura.
 
En su propuesta, la Ciudad Decodificada, fenómenos actuales como el coworking y el coliving son llevados a una hipérbole. “Ser dueño ya no es una aspiración (pagar por los servicios / tener bienes ociosos).  Lo cool es ser ‘ciudadano’ y respetar códigos, cosa que, por otra parte, se vuelve imprescindible, ya que estos gastos no serán accesibles para las clases medias, que están desapareciendo”.
 
Nuevas formas de habitar
 
Los cambios que augura Rascovsky no son necesariamente negativos. Inspirados en los antiguos conventillos que albergaban a los inmigrantes que llegaban al puerto de Buenos Aires a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, ella cree que las REC (red de espacios comunes) y los COS (co-baños, co-terrazas, co-dormi, co-tv room) que forman parte de su Ciudad Decodificada son una sofisticación de estas antiguas formas de compartir. “La tecnología colabora para que el sistema sea cada vez más eficiente, compartir espacios es cada vez más dinámico y orquestado”, dice.
 
En cuanto a las formas de construir, cree que hay que volver a lo básico, a un sistema en que la gente haga su propia casa, con los materiales del lugar, con sus manos, como sucedía con los antiguos oficios. “Menos gimnasio y más trabajo corporal, como hacían nuestros bisabuelos, que acarreaban agua o cortaban leña”, resume.
 
Federico Ferrer, del estudio Alarcia-Ferrer, autor de Ciudad Frontera, también descree de las soluciones hipertecnificadas. “Suelen tener intenciones ligadas a intereses de mercado más que a la especificidad del problema climático”. En su proyecto aborda la temática desde la creación de un oasis común entre países limítrofes.
 
“Este espacio se revela como un área de reserva natural, definida por un anillo de carácter infraestructural que vincula los distintos territorios desintegrando los limites o fronteras”, explica.
 
Este espacio compartido se convertirá en un área protegida a nivel ambiental, garantizando un pulmón verde como territorio de confluencia de las diversas culturas en juego. “En definitiva –concluye– el mayor acuerdo entre los países va a consistir en el respeto y cuidado de una naturaleza común. El centro del problema es comprender que la sustentabilidad no solo atañe a lo natural, sino que incluye a lo social”.